El prototipo de delincuente
¿Cuál es la diferencia entre el cerebro de los delincuentes y el de los no delincuentes?
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No hay brújula moral para reajustar
Aproximadamente el cinco por ciento de los hombres y alrededor del uno por ciento de las mujeres tienen la disposición para el trastorno. "Son muchas personas, por supuesto, pero no todas se convierten en delincuentes", subraya Boris Schiffer. Hay otros factores que allanan el camino hacia la carrera delictiva. Por ejemplo, el cociente intelectual medio de los presos con trastorno de personalidad disocial es diez puntos inferior a la media de la población. Lo más frecuente es que padezcan un trastorno por consumo de sustancias. Como el trastorno disocial de la personalidad por sí solo no afecta a la culpabilidad de los autores, cumplen condena en instituciones penitenciarias normales. Antes de su puesta en libertad, son evaluados por expertos para determinar la probabilidad de que reincidan. "El pronóstico es malo", dice Schiffer. "Este tipo de delincuente es difícil de tratar, porque en realidad no hay una brújula moral que reajustar".
Su investigación explora si puede existir algún criterio objetivo de peligrosidad. Se centra en la cuestión de qué mecanismos neurobiológicos subyacen al comportamiento de los delincuentes. ¿Es posible leer en el cerebro o en su actividad dónde están las diferencias con respecto a los no delincuentes, o cómo se diferencian los reincidentes de los no reincidentes? ¿Es posible saber si una terapia surte efecto? "Si así fuera, tendríamos un criterio objetivo para evaluar si una terapia tiene éxito", señala Schiffer.
Para entender con más detalle el trastorno de la personalidad disocial y sus efectos, empleó imágenes de resonancia magnética funcional, o fMRI para abreviar. Los investigadores de la RUB desarrollaron un diseño experimental en el que se mostraba a los participantes en la fMRI secuencias cortas de imágenes en las que interactuaban el agresor y la víctima. Previamente, los participantes fueron instruidos para que se pusieran en el lugar de una u otra persona. Después, se preguntó a los participantes cómo se sentían y cómo evaluaban los sentimientos de las personas observadas. Aunque la evaluación de los estudios aún no ha concluido, han demostrado, entre otras cosas, que las personalidades disociales sí empatizan, pero con el agresor y no con la víctima.
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